Anselmo Guinea (Bilbao, 1854-1906), figura esencial en la modernidad de la pintura vasca, supo amalgamar estilos y géneros diversos en una obra profundamente arraigada en su entorno. En esta etapa de su carrera, marcada por su regreso a Bizkaia tras varios años en Roma, Guinea se había consolidado como un pintor respetado y versátil, capaz de alternar entre la pintura decorativa, el paisajismo y el costumbrismo. Este boceto para las vidrieras del Palacio Ibaigane es un claro ejemplo de su incursión en proyectos decorativos de importancia, donde adaptó su lenguaje pictórico a las demandas del modernismo.
El boceto presenta una escena costumbrista enmarcada en un entorno bucólico, donde los protagonistas —aldeanos vestidos con trajes tradicionales— caminan entre cerezos en flor y un paisaje luminoso. La influencia del japonismo, muy en boga en esa época, y fuente crucial del modernismo se hace evidente en el uso de líneas ondulantes que delimitan tanto las figuras como el entorno natural y la vegetación. El boceto combina una rica paleta cromática, con colores vivos y contrastes marcados, destinados a aprovechar al máximo el medio para el que la obra fue concebida. En cuanto a la composición, Guinea la plantea como un friso continuo, con figuras de perfil que invitan al espectador a participar en el movimiento y la festividad.
Este boceto, aunque pequeño en formato, es importante dentro de la producción de Guinea por ser parte de uno de sus proyectos decorativos más emblemáticos. Las vidrieras destinadas a la caja de la escalera del Palacio Ibaigane son un testimonio del diálogo entre pintura y arquitectura en Bizkaia que aunan tradición y modernidad. No cabe duda que este encargo consolidó su reputación como artista integral, capaz de contribuir al esplendor cultural de su tiempo.