El periodo de Kline, previo a su fama como pintor abstracto, resulta clave para comprender la evolución de su lenguaje visual. Esta pequeña pieza, pintada en 1945, nos muestra su sensibilidad hacia la composición y el uso de materiales: la pincelada espesa y la densidad cromática que maneja para sugerir la anatomía de las palomas son un anticipo de la energía que más tarde se descargará en sus grandes lienzos. La luz modela el plumaje de las aves con trazos oscuros mezclados con tonos grises y verdosos. A pesar del carácter figurativo, la escena se vuelve esquemática: las formas de las palomas se simplifican en volúmenes rotundos y contornos marcados en los que podemos ver ya, al menos, la tendencia de su posterior desarrollo. También encontramos pistas en la pincelada, gruesa, abundante en materia. Estos trazos transmiten un peso que en cierta forma prefigura los brochazos gestuales que más tarde se convertirían en su sello personal.
Tras esta etapa Kline se integró plenamente en la Escuela de Nueva York, participando en exposiciones colectivas junto a Willem de Kooning, Jackson Pollock o Mark Rothko. Su obra se encuentra en colecciones como las del Museum of Modern Art de Nueva York o la Tate Modern de Londres entre muchos otros.