Antoni Tàpies (Barcelona, 1923-2012) es conocido por su capacidad para combinar lo material con lo espiritual, subvirtiendo los cánones tradicionales de la pintura. Influido por el budismo zen y las filosofías existencialistas, desarrolló un estilo en el que la materia no sólo es un medio, sino un mensaje en sí misma. Empremtes de fulla pertenece a un periodo de madurez artística en el que la noción de huella se convierte en eje central de su discurso estético.
Lo matérico en la obra destaca principalmente los límites, el más allá de la tela, dejando que el espectador, por unos instantes, se coloque en el lugar de lo inmutable, la tierra, lo eterno. El mundo parece estar dejando sus marcas del otro lado del lienzo, algo de lo que no sólo la huella (impresa desde el envés) deja testimonio. También hay números legibles desde nuestro lado, y otros que lo serían desde el otro. La huella es también una marca del proceso creativo, es decir, un vestigio de lo verdaderamente artístico, el hecho irrepetible y único. De esta forma, delante de un cuadro de Tàpies podemos sentir lo mismo que al visitar un auditorio vacío tras un gran estreno y observar los restos que los músicos han dejado allí. Como explicaba el propio artista, el proceso creativo no busca imponer una forma preconcebida, sino dejar que la materia dicte su desarrollo, revelando inesperadas conexiones entre lo físico y lo espiritual. La obra invita a contemplar la interacción entre el gesto del artista y la resistencia de los materiales, un "diálogo" que deja huellas visibles como testimonio de ese encuentro.
La marca de un zapato adquiere una dimensión ética y estética, conectando al espectador con la idea del rastro como memoria de lo vivido. Según Tàpies, la huella puede abrir un espacio hacia lo desconocido, hacia lo espiritual, no tanto desde una perspectiva religiosa sino desde el autoconocimiento y conexión con los demás.