La obra de Anselmo Guinea (Bilbao, 1854-1906) marca el inicio de la modernidad en la pintura de Euskadi. Formado en Bilbao, Madrid, París y Roma, absorbió influencias del clasicismo y el luminismo, consolidando una técnica destacada en la representación de la luz. Durante su estancia en Italia (1881-1887), alcanzó un notable éxito comercial con escenas costumbristas y orientalistas. A pesar de su proyección internacional, mantuvo un profundo vínculo con su tierra, donde como catedrático en la Escuela de Artes y Oficios de Bilbao, transmitió sus conocimientos a nuevas generaciones, dejando un legado artístico que sigue siendo un referente en la pintura vasca.
Durante su trayectoria, especialmente en su etapa de madurez, Guinea desarrolló una sensibilidad especial por el paisaje. Este interés puede situarse en el contexto de las corrientes artísticas de la época, influidas por el naturalismo y, más adelante, por el impresionismo, que alentaron su exploración de los entornos rurales y naturales.
Este pequeño dibujo del que no tenemos la cronología, manifiesta madurez, tanto a través de las líneas, rápidas y precisas, como en su habilidad para sintetizar detalles complejos, cualidades propias de un artista que entendía el dibujo como medio fundamental de su proceso creativo. El formato reducido del papel sugiere que este paisaje pudo haber sido un apunte del natural, realizado directamente en el lugar. Este tipo de obras servían muchas veces como estudios para composiciones más grandes, y nos permiten también apreciar el proceso del artista y su relación directa con el entorno.